Mineria de Oro

Durante los dos primeros siglos del Imperio romano, se desarrolló en el noroeste peninsular una intensa explotación de los yacimientos auríferos. A lo largo de unos doscientos años, entre el siglo I y principios del siglo III d.C., sistemáticamente se prospectaron y explotaron yacimientos en primario y secundario. Las poblaciones indígenas del Noroeste habían obtenido oro de los placeres fluviales, mediante el bateo, pero con el dominio de Roma la escala y el objetivo de la minería cambiaron de manera radical. Esto tuvo mucho que ver con las modificaciones en el sistema monetario romano que Augusto había impulsado.

Como parte de una amplia serie de cambios, bajo Augusto el sistema monetario romano se unificó y pasó a tener como referencia el oro. Hasta ese momento la referencia era la moneda de plata, el denario, y solo excepcionalmente se acuñaron piezas de oro. El áureo no solo se convirtió entonces en referencia estable del sistema, sino también en instrumento de propaganda y símbolo del poder imperial. El Estado romano necesitaba, por lo tano, asegurar la llegada de oro a Roma, y el noroeste hispano, recientemente conquistado, contaba con abundantes recursos, más de los que ningún otro territorio sometido podía proporcionar a Roma en el siglo I.

Solo un buen conocimiento del terreno y un profundo control del territorio, hicieron posible las tareas de prospección para la localización y evaluación de los yacimientos explotables. En las tierras de Asturia, Callaecia y Lusitania empezaron a multiplicarse las labores mineras.

Las técnicas empleadas (intensivas o selectivas) se adaptaron a cada tipo de yacimiento, pero todas las labores tenían en común la necesidad de agua para la explotación y de mano de obra constante. El trazado de los sistemas hidráulicos, que permitieron conducir el agua hasta los frentes de explotación, es una buena muestra del detallado conocimiento previo del territorio: en ocasiones los canales recorren decenas de kilómetros desde la zona de captación del agua hasta las labores mineras. Depósitos de regulación, de acumulación de agua o de explotación se suceden en la parte más cercana a la labores. El agua era necesaria en todas las operaciones mineras: para desprender el sedimento o la roca que contiene la mineralización, para lavarlo hasta obtener un concentrado aurífero y para evacuar los estériles.

Todo ello implicaba la participación de expertos, conocedores de la topografía y de instrumentos topográficos, y de prospectores capaces de identificar los yacimientos interesantes, pero también de personas capaces de gestionar y controlar todo el proceso. El ejército y la administración provincial romana proporcionaron conocimientos, experiencia y mecanismos eficaces de control.

La otra pieza clave es la mano de obra minera. También Roma contaba con instrumentos para conseguir los obreros necesarios para construir las redes hidráulicas y trabajar en las minas: las poblaciones indígenas campesinas, vencidas y sometidas por Roma, podían ser obligadas a proporcionar su trabajo como tributo.

Uno de los aspectos más destacables del proyecto IVGA es que en su área de estudio, se han podido documentar diferentes tipos de yacimientos y, consecuentemente, técnicas de explotación adaptadas a ellos. En la cuenca del alto Navia (Navia de Suarna) abundan las labores en las terrazas del río y la explotación de placeres fluviales. En el Ancares (Candín) hay también labores secundarias, pero aquí de depósitos fluvioglaciares, y primarios en las laderas de la sierra. También en el valle del Ibias (Ibias) se beneficiaron tanto yacimientos secundarios, como primarios. En varios casos, hay además otros elementos que permiten documentar las diversas fases de la explotación minera, como canales y depósitos de agua, morteros para triturar el mineral y acumulaciones de estériles gruesos o finos.

Estos trabajos de hace casi dos mil años, han dejado su huella en el paisaje de estos tres municipios y han marcado profundamente su topografía, los usos del suelo, la toponimia…Constituyen un rico patrimonio, que, con frecuencia, ha pasado desapercibido, y que puede convertirse en un recurso paisajístico de primer orden, ya que representa las complejas relaciones del hombre con su entorno a lo largo de la historia. Forma, por lo tanto, parte de la riqueza histórica, arqueológica, geológica y medioambiental; un valor social y económico sostenible a escala local y regional. En rutas ciclistas o de senderismo es fácil incorporar información sobre la minería antigua que ha modelado el paisaje que atraviesan.

Cuenca de Ancares

Cuenca del Ibias

Cuenca del Alto Navia