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ESBOZO HISTÓRICO

La formación de las comunidades sefardíes occidentales

Suelen llamarse sefardíes occidentales a los asentados en países de Europa occidental y en sus colonias.

Ya en el momento de la Expulsión de 1492, grupos de judíos expulsos se refugiaron en localidades del sudoeste de Francia (como Bayona) o en ciudades de Italia, como Roma o Venecia.

No obstante, el factor fundamental en la formación de las comunidades sefardíes occidentales fueron los conversos (cristianos nuevos o cristãos novos) que, tras la expulsión de los reinos de Castilla y Aragón y, sobre todo, tras la conversión forzosa de los judíos de Portugal en 1497, siguieron practicando a escondidas la religión judía, aunque se habían bautizado y eran nominalmente católicos (conversos criptojudíos, o judaizantes).

Precisamente fueron algunos de estos grupos de conversos criptojudíos los que desde mediados del siglo XVI se asentaron (muchas veces en calidad de comerciantes portugueses: la nación portuguesa) en ciudades comerciales de Francia, el Norte de Europa y algunos estados italianos, donde volvieron  al judaísmo, llegaron a constituir (con el apoyo o al menos la tolerancia de las autoridades locales) comunidades judías y produjeron una floreciente cultura en español o en portugués. Así, hubo comunidades sefardíes más o menos abiertamente toleradas en Bayona, Burdeos y otras localidades más pequeñas del sudoeste de Francia; en los Países Bajos, primero en Amberes (entonces bajo dominio español) y luego en Amsterdam (bajo dominio de la casa de Orange); en Italia fueron especialmente significativas las comunidades de Liorna, Ancona y Ferrara, esta última bajo la abierta protección del duque Ercole d'Este; o en ciudades del norte de Europa pertenecientes a la liga hanseática, como Hamburgo o Altona. Desde los Países Bajos se extendieron también a Inglaterra, donde los judíos habían sido expulsados en el siglo XIII.

La mayoría de esos sefardíes occidentales eran gente de trato, es decir, comerciantes dedicados a la importación y exportación internacional de mercancías, dueños de casas de cambio y banqueros. Desde sus países de asentamiento en Europa establecieron una extensa red de relaciones comerciales con el Mediterráneo Oriental, el medio y extremo Oriente y el Norte de África. También se asentaron en las colonias inglesas y holandesas en América, como Nueva Amsterdam (actual Nueva York), Surinam (Guayana holandesa) o Curaçao (Antillas holandesas).

Su movilidad geográfica y su pertenencia a redes comerciales facilitó que los sefardíes occidentales estuvieran también en contacto con las comunidades de sefardíes expulsos del imperio otomano y del norte de África. En el curso de los siglos XVII y XVIII hubo miembros o familias enteras de sefardíes occidentales que se integraron en esas comunidades orientales o norteafricanas, en las que podían practicar libremente el judaísmo.

Las comunidades sefardíes en el antiguo imperio otomano

El imperio otomano –que desde finales del siglo XV hasta el XIX abarcaba Turquía, los países balcánicos, buena parte de Oriente Medio y casi todo el Norte de África hasta los actuales Argel y Túnez– fue un destino preferente tanto para los judíos expulsados como para los conversos que volvían al judaísmo, ya que en el imperio regía el régimen político de mil·let, por el cual cada minoría religiosa mantenía su propio sistema organizativo en múltiples aspectos (desde la práctica de la religión hasta la legislación para asuntos internos), a condición de reconocer la autoridad del sultán, pagar los elevados impuestos que les correspondían y no usurpar determinados privilegios de la minoría musulmana dominante.

Ello propició el desarrollo de una cultura sefardí diaspórica, que tenía como marcas específicas el judaísmo y los orígenes hispánicos. El judaísmo era un rasgo característico de los sefardíes con respecto a los musulmanes y a otras minorías de distintas confesiones (ortodoxos griegos, bizantinos, serbios, búlgaros o rumanos; católicos croatas; armenios; maronitas; etc.). Sus orígenes hispánicos los diferenciaban tanto de otras minorías no judías como de los judíos de otros orígenes que también vívían (aunque en menor número) en el imperio otomano, como los romaniotas o los askenazíes. Los orígenes hispánicos determinaban además otros rasgos distintivos: una tradición religiosa heredera de la cultura judía de la Sefarad medieval; y una lengua  propia  (el sefardí, judeoespañol o ladino), que los diferenciaba de todos los grupos de su entorno.

En esas circunstancias se fueron constituyendo comunidades sefardíes en distintas localidades grandes y pequeñas del imperio otomano. En ellas se desarrollaron, desde finales del siglo xv hasta el xix, una cultura y una forma de vida sefardíes basadas en la tradición judía, bajo la dirección de unas élites con formación rabínica, y fueron surgiendo distintos focos de influencia religiosa y cultural: Estambul, Esmirna, Safed y Jerusalén, El Cairo, Salónica, Sarajevo, Sofía, Bucarest, etc.

Los sefardíes en Marruecos

En el norte de África había comunidades de judíos arabófonos desde la Edad Media. Ya desde finales del siglo XIV, judíos procedentes de la Península Ibérica se refugiaron en ciudades de Marruecos huyendo de las persecuciones que estallaron en 1391; a ellos vinieron a unirse conversos  que huían de las persecuciones inquisitoriales desde 1480 y judíos exiliados tras la conquista cristiana del reino nazarí de Granada.

Hay que tener en cuenta que todo el norte de África estaba en los siglos XV y XVI bajo poder del imperio otomano, con la excepción de Marruecos, que era un reino independiente. Además de los expulsos que se refugiaron en las provincias norteafricanas del imperio otomano, Marruecos fue uno de los destinos de los expulsados de las coronas de Castilla y Aragón en 1492 y de los que huían de la conversión forzosa en Portugal; allí constituyeron las Santas Comunidades de los Expulsados de Castilla, que se regían por el la legislación rabínica castellana. También se distiguían de los judíos autóctonos en que sus lenguas de comunicación eran el castellano y el portugués; de la evolución del castellano surgió, con el tiempo, una variedad lingüística específica: la haketía (judeoespañol de Marruecos).

Las principales comunidades sefardíes de Marruecos fueron Fez, Tetuán, Tánger y Larache, y hubo también otras más pequeñas en Arcila, Xauen y Alcazarquivir. Los sefardíes de Marruecos desarrollaron una importante actividad económica y comercial, sirviendo muchas veces como enlace en las transacciones comerciales y diplomáticas entre Marruecos y los países de Europa occidental, como los Países Bajos, Portugal, Italia, Francia, Inglaterra y la misma España.

Hubo también una activa vida intelectual y religiosa en torno a yeshivot (escuelas rabínicas), al magisterio de relevantes rabinos y al cultivo de la Cábala, especialmente en los siglos XVI y XVII. Aunque en Marruecos no hubo imprenta hebrea hasta el siglo XIX, circulaban libros judíos importados de las imprentas sefardíes de Ancona, Ferrara, Florencia o Liorna.

A partir del siglo XVIII, los judíos de Marruecos fueron convirtiéndose en una minoría marginada y oprimida. Cuando, desde el segundo tercio del siglo XIX, se empiezan a mostrar las apetencias coloniales de los países de Europa occidental sobre el norte de África, los colonos se encontraron con unas comunidades judías deprimidas y empobrecidas, que con frecuencia veían en la colonización una oportunidad para mejorar su situación material y cultural. De ahí que la minoría sefardí se occidentalizase en el período colonial.

Desde el siglo XIX muchos sefardíes de Marruecos emigraron, por razones principalmente económicas, a otros países del norte de África, a América y a Europa. En la actualidad sólo quedan algunas familias sefardíes residiendo en ciudades de Marruecos como Tánger o Tetuán o en las ciudades autónomas españolas de Ceuta y Melilla.

Emigración y tercera diáspora en los siglos XIX y XX

Los cambios políticos, culturales y económicos que  Turquía, los Balcanes y los países del Magreb entre el siglo XIX y el XX acabaron produciendo el abandono de los modos de vida tradicionales, la emigración de sefardíes (especialmente jóvenes) a países de Europa occidental y América (del Norte y del Sur) y, como consecuencia, la progresiva disolución de las comunidades sefardíes tradicionales.

La incorporación de los judíos a los ejércitos nacionales (y especialmente al ejército turco) en la época de las guerras balcánicas y la I Guerra Mundial impulsó a jóvenes sefardíes en edad militar a emigrar a países de la Europa Occidental o a América. También las dificultades políticas motivadas por los cambios de titularidad nacional de zonas en conflicto o las crisis económicas causadas por las guerras, por los incendios (como el de Salónica de 1917, que destruyó la mayor parte de los barrios judíos de la ciudad) o por el crack financiero de 1929 impulsaron a la emigración hacia Europa y América a jóvenes o a familias enteras, especialmente de las clases menos favorecidas o de la clase media con dificultades económicas. Otro motivo de emigración fueron los estudios en universidades europeas (como Viena o París) o americanas de los hijos de la burguesía sefardí.

La II Guerra Mundial, con el establecimiento de regímenes pronazis o la ocupación nazi en Italia (bajo cuyo poder se hallaban islas del Dodecaneso con población sefardí, como Rodas), en Grecia y en varios países balcánicos, produjo la deportación masiva de judíos y el exterminio de decenas de miles de sefardíes, lo cual constituyó el golpe de gracia tanto para la existencia de las comunidades sefardíes de los Balcanes, como para el mantenimiento de la lengua judeoespañola y de la literatura sefardí.

A partir del siglo XIX empieza también un proceso de emigración de los judíos de Marruecos a terceros países, que propició la fundación de comunidades sefardíes de origen marroquí en ciudades de Argelia (como Orán) y de Egipto, y en países como Portugal,  Reino Unido, Brasil, Perú, Venezuela o Argentina. La independencia de Marruecos en 1956 impulsó a emigrar a la mayoría de los sefardíes que quedaban en Marruecos, que fueron a asentarse en países de América latina y en Canadá,  en Francia, en el recién creado Estado de Israel o en España, donde todavía hoy buena parte de los judíos son de origen sefardí marroquí.

Los sefardíes en la actualidad

Hoy en día, sólo quedan algunas pequeñas comunidades sefardíes en los enclaves tradicionales de Salónica, Estambul, Belgrado, Sarajevo, Sofía, Plovdiv y otras pocas localidades de Turquía y los Balcanes.

Tanto la emigración de los supervivientes a terceros países acabada la contienda, como la creación del Estado de Israel en 1948, contribuyeron a que los sefardíes de Turquía y los Balcanes, al integrarse en sus nuevos asentamientos y mezclarse con no judíos o con judíos de otros orígenes, vieran diluirse sus rasgos culturales identitarios, de los que prácticamente sólo pervive la liturgia y la tradición religiosa originadas en la Sefarad medieval.

Otros rasgos identitarios, como el uso del judeoespañol, hoy sólo se mantiene, con un carácter prácticamente voluntarista, entre algunos sefardíes  y  –en un significativo fenómeno de recuperación de la memoria y la tradición–  está viviendo un esforzado resurgimiento como lengua literaria entre descendientes de sefardíes que ya no lo tuvieron como lengua materna. 

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